Tormentas, flores y una palabra que te cambia la vida

Llevo semanas con la inquietud y necesidad de escribir sobre este tema, con las palabras pidiendo salir pero sin el tiempo suficiente para poder hacerlo. Hoy por fin en esta tarde tranquila me es posible tener una cita con mi cuaderno y pluma.

Sé que he tocado este tema varias veces debido a lo que nos tocó vivir con la enfermedad de nuestra Rebeca y a mis experiencias como voluntaria para ayudar a niños con cáncer en Aquí Nadie se Rinde. También escribí sobre el segundo cumpleaños de Rebeca: el inolvidable día en el cuál terminó su tratamiento y regresamos a la salud; sin embargo, todavía necesito escribir un poco más al respecto de este tema antes de cerrar este capítulo.   Me parece que hoy es un buen día para hacerlo pues me siento fuerte, tranquila y cuento con el tiempo para hacerlo sin sentir estrés ni presiones. Hoy la vida me regala una tarde libre para escribir y estoy dispuesta a aprovecharla.

Antes de que diagnosticaran a Rebeca, mi visión del cáncer era casi la misma que la de la mayoría de las personas que no lo han vivido de cerca:  lo veía como algo aterrador, como una pesadilla que no le deseaba ni a mi peor enemigo. Esta visión del cáncer nos paraliza cuando esa palabra toca nuestras vidas y, desafortunadamente, muchas veces también nos impide comprender a las personas que están pasando por eso.

Aunque hoy en día todo mundo habla de esta enfermedad y circula en las redes sociales una gran cantidad de fotos y mensajes  al respecto, veo con tristeza que pocas personas están conscientes de la situación  de las personas que lo padecen.  Lo primero que quiero decir sobre el cáncer es que se trata de una enfermedad y no de una maldición. Las personas que lo padecen no necesitan nuestro miedo o rechazo ni tampoco nuestra compasión; necesitan comprensión, empatía y, sobre todo, amor.  También quiero aclarar una cosa, cuando pensamos en estas  personas quienes día a día luchan por recuperar su salud, no hablemos de ellas como víctimas porque no lo son. Se trata de guerreros y héroes quienes a mí me han cambiado la vida y quienes me han enseñado el valor de un nuevo día; son héroes sobrevivientes o héroes ángeles y merecen mi admiración y respeto. Quisiera tener la fuerza y valor que ellos tienen o tuvieron. Escribo feliz por haberlos conocido y con lágrimas por quienes ya no están con nosotros. Escribo con la tinta de mi corazón por todas las personas que en circunstancias difíciles en lugar de quejarse y rendirse, encuentran la luz donde parece no haberla y sonríen. Me enseñaron y ayudaron a ser mejor persona.

Nuestra historia comenzó en septiembre de 2009 cuando a Rebeca (de casi nueve años) la diagnosticaron con leucemia linfoblástica aguda de alto riesgo. Se le consideró de alto riesgo porque empezaba a formarse un tumor en el timo. La diagnosticaron justo a tiempo.

La leucemia es cáncer en la sangre. Cáncer. Sí, esa palabra estaba ahí frente a nosotros y no podíamos darle la espalda. No sé qué llegó primero si el miedo, la incredulidad o la angustia. Después de sea palabra, ya nada se mira de la misma manera, nada.

No soy de las personas que se quede paralizada por el miedo. Después de mi momento de pánico, respiré profundamente y concentré mi atención en la vida. Me prohibí pensar en la muerte, me prohibí considerar la posibilidad de perder a mi amada Rebeca y me prometí luchar por ella, porque viviera.

Lo primero que necesitaba era estar tranquila: si yo me llenaba de miedo, de angustia, de sentimientos negativos, eso es lo que Rebeca recibiría de mí y esos serían los sentimientos que predominarían en ella. Una de las cosas que aprendí de mis alumnos en mis años de maestra fue que los niños son como esponjas: absorben los sentimientos de los adultos cercanos a ellos.  Esto también nos sucede a los adultos en momentos de mucho miedo, en esos momentos en los que nos sentimos muy vulnerables.   El miedo y la angustia no son nuestros aliados cuando se trata de superar situaciones duras.   Mi marido compartía la misma filosofía: él tampoco les dio la bienvenida a esos sentimientos negativos. Poco después de recibir el diagnóstico de Rebeca,  mi marido hacía bromas y nos hizo reír a todos un poquito.  A partir de ese momento dos cosas se volvieron fundamentales para enfrentar este reto:

1) Ser un  equipo.

2) Reír, reír mucho, llenar de risas nuestro entorno, nuestro hogar.

¿Por qué ser un equipo? Porque las enfermedades tan complejas como el cáncer se combaten en equipo. Es necesario construir alrededor del paciente una red de amor, de fuerza, un red que lo ayude a abrazar la vida. En los momentos de quimioterapias fuertes, de dolor, de enojos, cuando uno tiene ganas de rendirse, en ese equipo, esa red de amor la persona puede encontrar la fuerza para seguir adelante. No es posible ser fuerte las 24 horas del día los 365 días del año; sin embargo, en un equipo, cuando uno no se siente fuerte, siempre encontrará a alguien dispuesto a compartir su fuerza, a darle la mano para ayudarlo a levantarse, siempre encontrará un alma solidaria que le comparta su luz. Yo no sé cómo habríamos salido adelante sin nuestro equipo, sin nuestra red de apoyo. No es lo mismo caer en el suelo duro que en un colchón suave.

No siempre se construye esta red de apoyo pues hay personas que desaparecen al escuchar la palabra cáncer. En el hospital nos tocó conocer a un pequeño cuya madre lo abandonó al recibir el diagnóstico, era la abuela quien se hacía cargo.  También conocí el caso de una niña con su madre a quienes tanto el padre como los otros hermanos abandonaron. Otras veces la distancia, la falta de confianza y el miedo (principalmente en adultos) los llevan a ocultar su situación a los demás y deciden enfrentar esto solos. Sea cual sea la circunstancia, duele más superar esto solos.  Uno de los motivos por los cuales decidí hacerme voluntaria fue el de acompañar, ayudar (aunque fuera sólo un poquito) a estas personas a sentirse menos solas.  Muchas redes de apoyo surgen en el hospital y no sólo hablo de los voluntarios, sino de los familiares de los pacientes: entre todos nos apoyamos y se crea un ambiente de solidaridad.

Cuando nos tocó ir al hospital a la primera quimioterapia de Rebeca, las dos estábamos muy nerviosas. Llegamos en ayunas (si ella ayunaba, yo también) y sin saber qué hacer. La mamá de Andy (una hermosa niña compañera de Rebeca en dos de sus internamientos), se acercó a mí apenas notó lo desorientadas que estábamos y nos dio toda la información necesaria. Supimos que el ayuno no era necesario y corrí a comprar algo para Rebeca y para mí pues la espera sería larga.   Meses después Andy emprendería su camino al cielo. Su madre llevó tortas al hospital  (en nombre de su hija) para los familiares de los pacientes pues sabía que muchos de ellos pasan horas y/o días en el hospital sin tener nada que comer.

Muchas veces el tener una red de apoyo, un equipo hace la diferencia. Es cierto el lema de «Uno para todos y todos para uno». En equipo es menos pesado llegar a la meta.

Con respecto a la risa, se dice mucho que la risa es la mejor medicina. Confieso que esa frase es una parte fundamental de mi filosofía de vida. A  mi marido, a nuestras adolescentes y a mí nos encanta reír. Desde que nos conocimos reímos la mayor parte del tiempo. Una vez salimos a cenar los cuatro e Inés no podía parar de reír. Se cambió de mesa para «calmarse» pero entre más intentaba hacerlo, más se reía. Cuando llegó la leucemia a nuestras vidas, decidimos seguir riendo aunque hubiera días en los que parecía una misión imposible. En esos años de tratamiento, de quimioterapias, de un reto tras otro, todas las noches le hacía cosquillas a Rebeca justo antes de que se durmiera. Soltaba enormes carcajadas. Escucharlas me daba felicidad. A la fecha, cada vez que escucho sus carcajadas me emociono tanto que duele.

Todo cambió con la llegada de la leucemia pero seguimos riendo, disfrutando los buenos momentos y agradecíamos un día más de vida de nuestra pequeña guerrera, por un día más de vida para todos.

Sonría

Sonríe

Cuando recibimos el diagnóstico de cualquier enfermedad, es indispensable entender la situación, saber los síntomas, las consecuencias, el protocolo del tratamiento que se realizará,  los efectos secundarios. Estar bien informado le da las herramientas al paciente para defenderse pues sabe a lo que se enfrenta; es casi imposible luchar contra lo desconocido.  El estar consciente de su situación le da seguridad a los pacientes.  Rebeca siempre me preguntaba todo acerca de su condición, de los medicamentos, de las quimioterapias, de las consecuencias y posibilidades. Me decía que sentía tranquila y segura porque tenía la certeza de que yo le iba a decir las cosas cómo eran por más difíciles y duras que éstas fueran.  Ni mi marido ni yo intentamos sobreprotegerla. Los dos pensamos que la sobreprotección debilita a las personas. Además, nos gusta enfrentar la verdad aunque no siempre se trate de noticias agradables.

Cuando comenzó el tratamiento, no sabíamos como decirle a nuestra guerrera que perdería el cabello.  Mientras buscábamos la manera de hacerlo, ella lo dedujo al notar que sus compañeros de  cuarto no tenían cabello.  Una oncóloga amiga nuestra nos recomendó cortarle el cabello de una vez pues teniendo el pelo corto, cuando el cabello comenzara a caerse, no se encontraría con mechones de cabello en la almohada al despertar o en el cepillo justo después de cepillarse el cabello. Lo hicimos en equipo: las dos nos cortamos el cabello y tanto su papá como sus tíos se raparon.  Desde el día uno su papá inventó una porra la cual se volvió nuestro lema en esos años de tratamiento: «Yo sí le voy, le voy a Rebeca».  Himno que cantábamos o casi gritábamos en los días difíciles cuando prácticamente había que obligarse a seguir.

Los primeros meses fueron los más complicados: además de adaptarnos a la nueva situación, tuvimos que aprender a distinguir los efectos secundarios normales de los graves (con respecto a las quimioterapias y medicamentos).  Rebeca casi no podía salir de la casa por lo tanto no era posible ir al cine, salir a dar la vuelta, ir a comer a un restaurante. Esos meses tuvo poco contacto con sus amigos o con niños de su edad, la mayor parte del tiempo sólo convivía con su hermana. Hubo noches de insomnio, noches que se pasaba vomitando, noches en las que mi marido y yo no podíamos conciliar el sueño porque estábamos preocupados. Hubo días en los que ella no podía ni levantarse porque las piernas no le respondían.

Nuestra rutina estaba llena de idas al hospital, quimioterapias y de una buena cantidad de medicamentos. Había días en los que el fantasma de la muerte nos acompañaba: imposible evitarlo cuando vimos despedirse a algunos compañeros de cuarto de Rebeca; entre ellos, recuerdo a Casandra quien soñaba con ir a Francia y conocer la Torre Eiffel y a Aitana la de la sonrisa inolvidable. Además es imposible escuchar la palabra cáncer y no tener presente a la muerte. Esa presencia es innegable, la sentimos quienes hemos conocido esa palabra muy de cerca.  Lo importante de esta lucha no es ignorarla sino mirar hacia la vida; lo que necesitamos es hacer planes, pensar en el futuro, visualizarnos en él.  Con Rebeca hacíamos muchos planes. Hacíamos planes del fin de semana que estaba por llegar, planes para el mes siguiente,  planes para los próximos años.  Tener sueños, planes, metas, cosas que realizar nos da razones para vivir, nos pone del lado de la vida.  En esos momentos soñábamos con un viaje a Canadá a las Cataratas del Niágara. Me preguntaba por ellas y le contaba como en la noche las iluminaban con colores. Como aquella vez que fui mis amigos y yo nos tomamos una foto en la noche, emocionados por las luces de las cataratas y como me reí cuando al revelar las fotos salimos nosotros rodeados por un fondo negro (el flash de mi cámara no era lo suficientemente bueno para captar las luces de las cataratas). Reíamos juntas.  En ese entonces soñaba con ser chef y cuando tenía oportunidad nos hacía deliciosos pasteles.

Además de perder el cabello, de los efectos rudos de las quimioterapias, de las enormes dosis de medicamentos,  las biometrías hemáticas, los aspirados de médula, los pacientes se hinchan como efecto de uno de los medicamentos que deben tomar. Debido a esto, se ven llenitos.  Por esos días a ella no le gustaba verse al espejo y no había manera de convencerla, de hacerla ver su belleza. Jamás sabrá lo hermosa que era en ese momento ni la admiración con la cual la veíamos su papá y yo. La verdadera belleza trasciende lo físico y no tiene nada que ver con los ridículos estereotipos que imponen las diferentes sociedades. Ella era y es una guerrera que aceptó todos los retos con valentía.

Para recuperar la salud, además del tratamiento médico, de cuidar la alimentación, hay que sanar nuestras emociones y abrazar la vida.  El miedo, angustia, odio, resentimiento, depresión, el tragarnos las cosas (no compartirlas ni digerirlas), el evadirnos, son obstáculos que no nos permiten levantarnos.   El famoso dicho «mente sana y cuerpo sano», no está muy lejos de la realidad.  Estando en armonía, le damos más oportunidad a nuestro cuerpo de sanar; esa armonía nos permite encontrar la paz, reconciliarnos con la vida, hacer planes para el futuro, encontrar razones para vivir.

Cuando diagnosticaron a Rebeca, mi manera de vivir esa lucha por su salud fue concentrarme en las variables que sí estaba en nuestras manos controlar: cumplir con el tratamiento médico, cuidar su alimentación, construir una red de amor (que Rebeca se sintiera segura y bien amada), enseñarle a manejar sus emociones, a estar sana mental y emocionalmente. No me preocupé por las variables que no se pueden controlar, con respecto a esas, sólo me quedaba rezar y apoyarme en el amor, luz, rezos y energía positiva de las personas a nuestro alrededor. Nunca olvidaré esas cadenas de oraciones, esos abrazos, esas palabras de aliento.

Nunca me atreví a ver la muerte como una opción. De haberlo hecho, me habría angustiado, no habría encontrado la manera de mantenerme de pie y en lugar de ser un soporte de seguridad para Rebeca, le habría contagiado mi miedo. No, nunca me di la oportunidad de considerarla una opción. Me dediqué a buscar la vida en todos los rincones, en los pequeños y en los grandes detalles, en lo visible y también en lo invisible.

En cuanto al bienestar emocional siempre hacemos énfasis en lo importante que es hablar las cosas: solamente sacando lo que nos hace daño podemos librarnos de ello y sentirnos bien.  Hay que perdonarnos y perdonar para vivir en armonía, para dejar atrás las tormentas, para atraer al sol.

No voy a decirles que la vida es color de rosa pues eso sería una enorme mentira. Hay momentos en los que todo se ve negro y no dan ganas ni de levantarse ni de sonreír.  Se vale no hacerlo. Se vale cansarse. Se vale tener un mal día. El reto es no quedarse estancado en ese mal día, no quedarse con esos sentimientos todos los días del año. Enojarse, quejarse, sentirse triste, llorar, gritar es necesario, es parte del proceso para sanar y también es parte de la vida: a todos nos pasa. Lo importante es no quedarse con esos sentimientos, no  esconderlos, no acumularlos, no permitir que nos hagan daño. Hay que dejarlos salir para después poder levantarnos.

Un día muy difícil, Rebeca estaba harta. Habría sido un muy mal día si ella no hubiera llorado y gritado a todo pulmón lo enojada que estaba con su circunstancia, con su enfermedad, con las quimioterapias, con todo. Gritó hasta quedarse sin ira, lloró hasta sentir alivio.  Después nos abrazamos y alcanzamos a mi marido e Inés quienes nos esperaban en la puerta.  Salimos los cuatro a divertirnos porque la vida sigue y porque después de la lluvia, llega la paz.

Cuando estamos en una situación tan complicada como combatir una enfermedad delicada, deseamos que la magia exista, que llegue el remedio mágico que nos cure sin complicaciones. Entonces aparece el internet lleno de «soluciones milagrosas» y esperanzas sin fundamentos.  Si lo usamos bien, el internet es una gran herramienta pero si creemos en todo lo que leemos puede hacernos daño. Hay que saber distinguir entre la información fundamentada y la que no lo está. Cuando leíamos o encontrábamos algo interesante, lo compartíamos con los doctores y buscábamos trabajar en equipo.

El cáncer es duro, la mayoría de los tratamientos para combatirlos son agresivos y largos, el camino a la salud puede tomar meses, años o no llegar.  La personas que lo padecen tienen un espíritu de lucha admirable. La mayoría de las personas que he conocido en esta situación luchan, enfrentan y aman la vida. Lo que me sorprendió al principio es la frecuencia con la que sonríen (a veces lo hacen más seguido que las personas con salud). A mí me han dado lecciones de vida.

Recuerdo a Jonathan, amigo de Rebeca, quien llevaba meses en el hospital y siempre estaba riéndose. Cuando Rebeca se sentía triste o desanimada, le contaba chistes hasta hacerla reír.   Rebeca en tiempos de quimios, se obligaba a ir a la escuela saliendo del hospital porque no quería perderse más días de clases.  Denisse (a quien conocí ya siendo voluntaria de Aquí Nadie se Rinde) ahora se dedica a ayudar y animar a niños que están pasando por lo mismo que ella vivió.  Alex ayudaba a sus compañeros aun cuando él tenía que luchar por su propia salud. En lugar de quejarse, se preocupaba por dar y amar a los demás.  A quienes lo conocimos nos dejó una gran enseñanza de vida.  Ana Sophie se enfrentó a dos transplantes de médula, el segundo fue exitoso pero todavía pasa mucho tiempo en hospitales pues la recuperación es larga y a veces dolorosa, pero sigue siempre sonriente, cantando y  llena de vida, ni ella ni sus papás se rinden.

Hace unos meses un amigo muy cercano perdió el estómago en esta lucha pero junto con él perdió sus miedos en los que vivía atrapado y ahora disfruta más de la vida que antes; ahora se esfuerza más por hacer realidad sus sueños y se ríe más seguido.

Nuestra experiencia con el cáncer nos enseñó a apreciar más la vida, a valorar los pequeños detalles, a sonreír más, a amar más.  Nos hicimos más conscientes del mundo en el que vivimos y también nos tocó aprender a vivir con la indiferencia,  ignorancia, inconsciencia, intolerancia y hasta lástima de varias personas. Esto es un obstáculo más al que tienen que enfrentarse las personas con enfermedades serias o con capacidades diferentes. Es algo que me hizo enojar mucho en el momento, me sigue doliendo y me obliga a preguntarme: ¿Cómo puedo ayudar a cambiar eso? ¿Qué puedo hacer para mejorar la situación?

El lugar donde más encontramos este problema fue en la escuela de Rebeca.  Me pasé de ingenua: jamás se me ocurrió que Rebeca tendría conflictos debido a su situación. En la escuela para la que yo trabajaba, mis alumnos eran muy conscientes. Me preguntaban por su salud y le escribían cartas para darle ánimos. Se hacían eventos en esa escuela para donar sillas de rueda a niños que los necesitaran y la entrega se realizaba en la escuela. La mayoría de los niños tenían conciencia de ese tipo de situaciones.  El ciclo escolar del año del diagnóstico, Rebeca contó con el apoyo de la escuela, principalmente de la directora, la coordinadora de inglés y la maestra de inglés, este apoyo incluyó el que la coordinadora y maestra de inglés vinieran a darle clases de regularización a la casa sin cobrar un peso y con la mejor actitud.  La maestra le traía cartas de sus compañeros. Le organizó una bonita bienvenida cuando pudo regresar a clases.

Con tristeza escribo que los ciclos escolares siguientes no fueron así.  Sus compañeros se burlaban de ella por su falta de cabello, recibió comentarios agresivos, se quejaban porque a ella le cargaban la mochila (no tenía fuerzas para cargarla) y le reclamaban que llegara tarde a la escuela (llegaba justo después de haber ido al hospital a recibir su quimio), frente a ella hacían bromas y chistes con respecto al cáncer y hubo quienes la trataban como si fuera un fenómeno raro que fuera a contagiarlos. Ella se guardaba estos comentarios y actitudes. Nos enteramos gracias a la psicóloga de la escuela que habló con mi marido y conmigo.  Rebeca, como muchos otros pacientes y como muchas personas con capacidades diferentes, además de luchar por su vida, tenía que lidiar con la inconsciencia y crueldad de sus compañeros. En este caso se trató de la escuela, pero este tipo de cosas suceden también en la vida diaria (como en el caso de las personas que se estacionan en los lugares para discapacitados, los que se burlan, los que se aprovechan, los que los rechazan por ignorancia o prejuicios,…).  Lloré de impotencia y de enojo. ¿Por qué los seres humanos somos tan crueles?

A pesar de haber proporcionado material para crear consciencia en sus compañeros de clase, de haber construido un plan de trabajo con la psicóloga ese día, nada cambió y nada hizo la escuela.   En mi tiempo como voluntaria,  conocí  a una hermosa adolescente que, por esas mismas razones, no quería volver a la escuela.  ¿Dónde queda la solidaridad, el apoyo, el compañerismo, el trabajo de equipo?

A pesar de todo, confirmo lo que ha repetido varias veces: el amor es más fuerte que la crueldad, el amor construye. Rebeca siguió yendo a la escuela y en familia salimos adelante, en equipo trabajamos para sonreír de nuevo.

Continuamos con nuestra rutina y un viernes llegó la gran y esperada noticia: el fin del tratamiento y la  salud de Rebeca. Primero en  familia y después con amigos celebramos su nuevo su nuevo cumpleaños.   Junto con la emoción, llegó también el miedo: ¿Cómo reaccionaria su organismo sin medicamentos?  Era aterradora la idea de que la enfermedad volviera. Nos sentimos vulnerables y frágiles, nuestra seguridad parecía colgar de un hilo muy delgado. Los primeros días, además, a veces me angustiaba porque se me había olvidado darle sus medicamentos a Rebeca (ya era una rutina de casi tres años) y me tomaba unos segundos acordarme de que ya no los necesitaba. Ahora teníamos otro reto: sacudirnos ese miedo y adaptarnos a la nueva rutina sin hospitales ni medicamentos.  Aunque suene tonto o chistoso, tuvimos que aprender a vivir sin cáncer. A no asustarnos por cada dolor de cabeza, por un poquito de fiebre, por un día con dolor de estómago, por una tos común y corriente. A dejar de pensar en llamarle al doctor por cualquier cosa.

Rosas para celebrar el alta de Rebeca.

Rosas para celebrar el alta de Rebeca.

Nuestra vida nunca volvería a ser como antes.  La conciencia que se despertó en esos tiempos de quimios nunca más se dormirá. Hoy en día seguimos dando gracias por tener un día más de vida, de salud, de «normalidad» (si se le puede llamar así); los detalles que antes pasaban inadvertidos ahora son una parte fundamental de nuestro camino. Cada día es un día más de oportunidades, de estar aquí, de estar juntos y no puedo evitar sonreír cuando pienso eso.

En esos años de leucemia, Inés, hermana mayor de Rebeca, comenzaba su adolescencia, justo cuando más necesitaba toda la atención para ella, su hermana nos necesitaba a todos.  Aunque luchamos mucho por estar en equilibrio, no siempre lo logramos; sin embargo, Inés siempre estuvo ahí, no puedo ni contar todas las veces que me abrazó justo cuando más lo necesitaba, lo mucho que me ayudó cuando me sentía a punto de explotar, además de sus palabras de aliento, tenía siempre la mejor disposición para ayudar.

Lloraba cuando creía que no la escuchábamos porque no quería molestar a nadie, se guardaba sus miedos.  Las veces que la escuché, corrí a abrazarla. Trataba de estar con ella el mayor tiempo posible. También ella tuvo su propia batalla y es un reto hacerlo desde la sombra.

Los cuatro sentimos la necesidad de compartir nuestra experiencia para ayudar a otros. Aunque a veces tengamos que hacer una pequeña pausa, darnos un respiro, esa necesidad de dar, de apoyar, de continuar la cadena de solidaridad que inició cuando Rebeca comenzó su tratamiento estará siempre presente en nosotros.

Son muchas las personas en el mundo que viven momentos muy duros, que luchan todos los días para tener un día más de vida, para recuperar la salud. La mayoría de ellas necesitan apoyo. En los momentos de oscuridad no se imaginan cuánto ilumina un abrazo, una sonrisa, un poco de compañía. Esos detalles pueden cambiar el giro de nuestro día. Yo nunca olvidaré todos los abrazos que recibimos. Siempre me faltarán palabras para agradecer a todos los que cooperaron, los que formaron parte de la fuerte y suave red de apoyo que nos impulsó a seguir, no solamente a Rebeca sino a su familia para que pudiéramos apoyarla. No me imagino cómo habría sido esa época sin ustedes, sin esos rayos de sol en los días fríos.

Ojalá yo también pueda ser un rayito de sol para quienes tienen días fríos; he de encontrar la manera de dar más y amar más, de retribuir a todo el amor que nos han dado.

Me hace falta decir una cosa más: ayudar no es publicar cosas contra el cáncer (o cualquier enfermedad) en las redes sociales ni pedir/ exigir que las personas las compartan en su muro. Tampoco se trata de publicar remedios mágicos sin fundamentos. La verdadera ayuda consiste en actuar. Hay muchas maneras de hacerlo. Una esencial y que todos debemos llevar a cabo es respetar a las personas que pasan por momentos difíciles. Su lucha ya  es lo suficientemente dura como para todavía tener que soportar los insultos, burlas, malos tratos, miradas raras, indiferencia y comentarios inapropiados de las personas que se cruzan en su camino. Yo hubiera preferido este trato para Rebeca a las veinte mil publicaciones superficiales en Facebook.

Celebración de la Vida en el INP.

Celebración de la Vida en el INP. Julio 2014

Hay muchas más formas de ayudar. La mayoría no requieren de dinero, consisten en dedicarle tiempo a los pacientes, donar sangre, donar cabello, comprenderlos, ayudarlos a integrarse a la sociedad en lugar de excluirlos, hacerlos reír, ayudar a construir redes de apoyo…

Hay tantas maneras de ayudar como personas en el mundo, sólo se trata de tener la voluntad para hacerlo.

Los milagros sí existen y los vivo todos los días al abrir los ojos y dar la bienvenida a un nuevo día, al abrazar a mi familia, al ver a nuestros amigos, al ver mis plantas crecer y florecer.  Lo que aprendimos nos convirtió en personas más fuertes, más sensibles, más conscientes y más felices.  A pesar de las tinieblas y tormentas nos convertimos en personas más alegres y agradecidas. No nos conformamos ni nos quejamos, vivimos cada día lo mejor que podemos y con la mayor cantidad de sonrisas posibles.

Para cerrar este capítulo, sólo me queda, una vez más, agradecer la salud y vida no sólo de Rebeca sino la de mi familia y seres queridos.

Yo sí creo en el amor. ¡Sí creo! ¡Sí creo!

~ por Naraluna en junio 9, 2015.

4 respuestas to “Tormentas, flores y una palabra que te cambia la vida”

  1. Yo también creo! Sabes que las Cataratas de Niagara estan a 4-5 horas de Pittsburgh? Yo creo que nos andamos dando una vuelta!

  2. Yo tambien creo querida Carla, escribiste el Corazon completeo 🙂

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