Disciplina, y palabras en un blog.
Ser disciplinada cuesta trabajo. Me prometí escribir en este blog por lo menos una vez a la semana. Sabía que sería un gran reto y hasta ahora lo he cumplido; sin embargo, no siempre encuentro las palabras para expresarme. En días como hoy pienso que no tengo nada qué decir y obligo a la pluma a moverse, a escupir tinta y formar frases.
Marzo fue un mes de dormir poco. Las primeras semanas de este mes mi insomnio estuvo fuera de control y esas noches de vigilia estaba angustiada. Durante el día, cuando no estaba cansada me dolía la cabeza. Mi debilidad aumentaba y no podía hacer ejercicio. Tuve que deshacer muchos nudos para lograr dormir de nuevo y recuperarme.
Recibí la primavera con la sensibilidad a flor de piel y con preguntas sin respuesta. La lluvia me emociona, las flores me conmueven y todo me duele. Mis errores me sobrepasaron y últimamente me he sentido un fracaso. Me he cuestionado todas mis acciones y decisiones. Me caí al abismo sin saber cómo levantarme. Me convertí en agua hasta quedar empapada, hasta que se secaron mis ojos, hasta que por fin llegó el sueño. Perdí la brújula que me mostraba el camino.
No recuerdo cuándo fue la última vez que bailé sola, con la música a todo volumen, sin reprimirme ni sentir vergüenza, moviéndome al ritmo de la música sin preocupaciones ni prejuicios.
Esta semana que terminó fue una semana de cambios, de ciclos que se cerraron, de despedidas. Llegó la hora de soltar un sueño y prepararme para abrazar otro. Sigo aprendiendo a perdonarme, a deshacerme de tantas recriminaciones y culpas.
Muchas veces cuando me equivoco, no sé cómo dejar de juzgarme, reclamarme, minimizarme. Soy capaz de perdonar a las personas que me rodean, pero perdonarme a mí sigue siendo un enorme reto. No sé cómo dejar de exigirme tanto, cómo dejar de ser tan dura conmigo misma.
Cuando me siento así, tan oscura, me resulta casi imposible expresarme. Una vez más critico todo lo que hago y me lleno de inhibiciones. No me atrevo a llorar y no me dan ganas de hablar conmigo misma. Si no hubiera prometido ser constante y escribir por lo menos una vez a la semana, seguramente estaría evadiendo la pluma; pero aquí estoy, tratando de sentirme mejor mientras escribo.
Ayer fuimos a la Sinagoga Histórica en Justo Sierra #71 a un concierto de música klezmer del Shtetl Klezmer. La música tiene un lenguaje universal, su voz puede llegar a cualquier persona dispuesta a escuchar su mensaje. Yo casi no conocía este tipo de música y ni siquiera me habría enterado del concierto si mi maestro de la clase de lenguas romances no nos lo hubiera mencionado; de hecho fue él quien organizó la ida a esta Sinagoga justo el día del concierto.
Amé esta música. Me habló de tristezas y alegrías, de sueños y pesadillas, pero sobre todo, del perdón y la esperanza. Lloré silenciosamente pero no pude contener algunas lágrimas. Durante el concierto sentí como las notas vibraban en mi pecho. Encontré el perdón en la mezcla del violín con la flauta, en la fuerza del teclado. Sonreí emocionada casi sin darme cuenta. Al final del concierto, los músicos se dieron cuenta de que iba a tomarles una fotografía y posaron para mi cámara.
De regreso a casa pasamos por el Zócalo del Centro Histórico. Me gusta contemplarlo, admirarlo. Tenía curiosidad por ver los adornos del Día de Muertos que colocaron para la película del agente 007 que están filmando en la ciudad. Me dio ánimos estar ahí y me siento afortunada por vivir aquí, en el DF.
Todo pasa y hay que aprender de nuestros errores, perdonarnos y disfrutar las decisiones que tomamos. Todavía me duele despedirme de un sueño pero me propuse salir adelante y lograré hacerlo.
Se va marzo y con él va desapareciendo el color violeta de las hermosas jacarandas, algunas ya comienzan a cubrirse de verde.
Se va marzo pero llegan las vacaciones y con ellas la oportunidad de sanar, de cambiar de ambiente, de comenzar de nuevo…
Llega la primavera… La vida renace. El sol se rehusa cada vez más a dormirse temprano.
¡Sí, Fabillou! 🙂