No siempre.
No es posible tener siempre una sonrisa en los labios, a veces sucede que no queremos sonreír y los labios se niegan a moverse.
Hay algo que me afecta; quizá sea una tontería, pero me duele.
Me encanta nadar. Siempre me ha encantado. En mi infancia fui parte de un equipo de natación y siempre me he sentido libre en el agua. Siempre.
Cuando era niña, en la alberca me imaginaba que era una sirena. En el agua me sentía (y confieso que todavía me siento) todopoderosa. Me encanta flotar, «acostarme» boca arriba y descansar; mientras siento el abrazo del agua dejo que la corriente me lleve a donde quiera. Sirena, es una de las palabras con las que me identifico aún cuando no siempre he nadado en mi vida. Ha habido muchos momentos, largas temporadas, en las que me he quedado seca.
Fue hace algunos años, cuando volví a sentir el llamado del agua. Me puse a nadar con constancia, en medida de mis posibilidades. Nadar me llenó de bienestar.
Desafortunadamente el año pasado me llené de hábitos sedentarios y pasé seca más de la mitad del año. Fue en mi cumpleaños cuando me prometí cambiar. Regresé al gimnasio y a la alberca con todas las ganas, con mucha disciplina. Entonces nadar se convirtió en mi refugio, en un momento para estar conmigo misma y crecer. En estos meses de entrenamiento he mejorado como nunca tanto en velocidad como en estilo. Ya no siento que me ahogo cuando nado mariposa. Mi entrenador está contento con mi avance y me siento como sirena en el agua.
Cuando nado estoy llena de armonía y paz. Tanto mi mente como mi cuerpo están bien. Mientras nado no hay estrés ni problemas, no hay dolor, sólo una tranquilidad casi infinita y la certeza de que encontraré una respuesta a mis problemas. Braceando y pataleando se disuelven mis nudos, me reconcilio con mi cuerpo y me inunda el agradecimiento, el enorme agradecimiento de poder estar ahí, húmeda y libre, en movimiento.
Como ya lo escribí una vez, nadar para mí es volar y también bailar. Entonces volando y bailando todo se ve más hermoso, más claro…
Después de la primera quincena de noviembre, empecé a desarrollar una especie de reacción negativa a los químicos que ponen en la alberca, un malestar del cual no logro escaparme. Las primeras veces que sucedió, seguí nadando como si nada pasara. Mi cuerpo se rebeló con una fuerte irritación en la nuca y con la sensación de no poder respirar bien. Fue necesario cambiar mi rutina. Primero dejé de nadar una semana. Regresé a la alberca pero solamente nadaba tres veces a la semana. Debido al frío y a las vacaciones dejé de nadar poco más de tres semanas. Regresé sintiéndome más fuerte; sin embargo, mi cuerpo sigue reaccionando negativamente a los químicos. Mi alegría perdió el acento y se convirtió en alergia.
Esta mañana me desperté triste. Me obligué a ir al gimnasio pero no empaqué mi traje de baño para evitar tentaciones. Fui una sirena fuera del agua. Realicé mi rutina lentamente, casi sin entusiasmo. Cuando terminé, busqué una clase para intentar animarme. En ese horario no había ni zumba ni baile. Nada parecía llamar mi atención. Me decidí por una clase de «spinning». Una hora de «jugar» con la bicicleta y sudar. Una hora de ejercicio y distracción. Una hora para extrañar menos la natación. Me animó atreverme a hacer algo diferente en lugar de quedarme con los brazos cruzados. Pero no fue suficiente, todavía no logro sonreír.
Me pregunto si debería nadar o no mañana. Me pregunto si está en mis manos resolver esto.
¿Por qué estoy haciendo tanto drama por un asunto quizá tan sencillo?
Me molesta mucho que me afecte tanto una situación que quizá no es tan relevante. Entonces me enojo conmigo misma y me recrimino por ser tan exagerada. ¿Cómo es posible que me sienta tan mal por algo tan poco complicado como lo es una reacción negativa a los químicos que ponen en la alberca? ¡Cómo es posible!
Necesito calmarme. Sigo siendo intolerante y exigente conmigo misma. Respiro una y otra vez. Permito que las lágrimas salgan. Me perdono. Se vale sentirse mal un día por algo que no signifique el fin del mundo. Se vale tener un día gris aunque en general todo parezca estar bien.
Me pregunto qué puedo aprender de esto. Me viene a la mente mi tercer propósito de año nuevo: «Enojarme menos, tolerar más; enojarme menos y no juzgar; ser menos dura y más amorosa». Eso también me incluye a mí. Si logro ser tolerante conmigo misma, también lograré serlo con los demás.
Lloro. Después me seco las lágrimas. Ya no me siento tonta ni exagerada. Tengo la certeza de que mañana será un buen día independientemente de la relación de mi cuerpo con los químicos en la alberca. Sea cual sea el obstáculo, saldré adelante y la sirena nadará de nuevo.
No es posible tener siempre una sonrisa en los labios. A veces sucede que no queremos sonreír. Eso no es grave mientras no perdamos la capacidad de hacerlo, mientras tengamos la certeza de que sonreiremos de nuevo.