No más bullying. Ya no.
Hoy lo que tengo es un nudo en la garganta, un nudo acumulado, un nudo de impotencia. Hace un par de semanas me pasmó el artículo del niño que murió (¿o debo decir mataron?) en un salón de clases. Seguido de ese hecho, leí sobre otros casos de bullying en México.
Hoy en día todo mundo habla de bullying, palabra que en español significa intimidación, acoso. Esta palabra, muy desafortunadamente, se ha puesto de moda junto con su respectivo verbo bulear (el hacer Bullying). En lo personal, me choca este verbo, pero dadas las circunstancias, supongo que es necesario utilizarlo. Todos hablan de bullying pero pocos saben lo que eso significa. Bullying no es molestar alguien. No es que un compañero le diga tonto a otro en la escuela. No, tampoco se trata de un pleito entre compañeros. No, no se trata ni de insultos ni de pleitos. Ni siquiera se trata de crueldad entre unos y otros. El bullying es algo mucho peor y está lleno de violencia.
El bullying consiste en varios niños/jóvenes que se unen para hacerle daño a uno que está solo y quien no tiene posibilidades de defenderse. Significa acorrarlo, lastimarlo en todos los sentidos: meterse con su autoestima, su dignidad como persona, con su físico, sus gustos, con todo. Consiste en maltratarlo tanto emocional como físicamente. Es un acto de violencia que en los casos más extremos ha llegado al grado de causar la muerte de la persona a la que bulean o de que esta persona busque quitarse la vida. Las personas que intimidan de esta manera acosarán a la persona hasta hacerla llorar, temblar de miedo, hasta someterla. La persona no tiene hacia donde correr, no hay lugar en el que pueda esconderse ni nadie que la defienda.
Ojalá que todos los que hablan de bullying hablaran con conciencia y con la intención de hacer todo lo posible por cambiar esta terrible situación, la cual me parece empeora cada día. Sin embargo, la mayor parte del tiempo no es así. Casi todos los días escucho la palabra «bullying» como sinónimo de molestar. A veces la escucho acompañada de risas, de bromas. Sí, para muchos amigos esta palabra es «divertida». Se molestan entre ellos y luego se «quejan» de que los están «buleando». Esto me parece grave y me duele. Ni mi humor negro ni mi sarcasmo me ayudan a sentirme mejor. Ni bullying ni bulear son palabras chistosas. Nadie que haya sufrido eso en carne propia se lo tomaría a broma. A veces siento ganas de gritarles que se callen, pero permanezco en silencio, con un grito ahogado y mi estómago hecho nudos. ¿Serviría de algo mi grito? Tal vez después dirían que los estoy «buleando».
Me cuesta mucho trabajo escribir sobre este tema. No es la primera vez que siento el impulso de hacerlo; sin embargo, siempre hay algo que me detiene. Hoy, después de lo acontecido hace dos semanas, no puedo pensar en otra cosa. Estoy llena de preguntas sin respuesta. Intento comprender lo incomprensible. Por supuesto no pienso escribir sobre el niño que mataron en un salón de clases ni tampoco sobre los casos que he leído últimamente de crueldad inmencionable. Es otra historia la que tengo que contar. Lo que me quita el sueño, es la indiferencia. La enorme indiferencia acompañada de crueldad.
Los bullies son indiferentes al sufrimiento ajeno, a los sentimientos de los demás. A veces sólo «se divierten» sin tener conciencia de que están lastimando a alguien; cierto es que a veces no saben lo que están haciendo. La indiferencia les permite ser extremadamente crueles con sus compañeros y disfrutarlo, a veces, al grado de convertirse en delincuentes. Quienes lo hacen, se sienten superiores. Se divierten. Gozan con el sufrimiento de la otra persona. Pareciera como si se alimentaran con sus lágrimas, con su miedo; se sienten grandes y fuertes por pisotear al prójimo. Y muchas personas, al darse cuenta de esto, lo que hacen es mirar hacia otro lado, actuar como si eso no existiera, intentar tapar el sol con un dedo en lugar de parar esto.
¿De dónde viene esa indiferencia? ¿No se supone que las generaciones venideras tendrían que ser mejores que nosotros? ¿Qué está pasando? ¿Por qué esta enorme capacidad de destruir en lugar de construir? ¿En qué pensaban los que aventaron al niño en el salón? ¿En qué piensan los que atacan a un niño que nada les ha hecho? ¿Es la tele? ¿Somos los adultos? ¿Es la sociedad? No tengo las respuestas, sólo algunas teorías y mucho dolor.
El bullying no es nuevo, creo que siempre ha existido, sólo que ahora se le puso un nombre y se le pone más atención o al menos todo mundo habla de él. A veces me pregunto si esto es bueno o malo. Es bueno si se habla de esto para resolver el problema. Es malo si solamente se habla de esto sin tomarlo en serio, si la palabra se pone de moda y todo mundo la usa, la usa tanto que pierde su significado.
¿Dónde comienza el bullying? ¿Con los niños/adolescentes que lo realizan? ¿Con sus padres? ¿Con quién? ¿En verdad un niño/ adolescente puede ser tan insensible, indiferente al sufrimiento de los demás sólo porque sí? O, tal vez, ¿sería la historia de un niño cuyos padres lo sobreprotegen, le dan la razón en todo o están ausentes para educarlo? O tal vez, quizá, ¿unos padres que así tratan a sus compañeros de trabajo, a sus empleados y ese es el ejemplo que dan a sus hijos? ¿Y qué pasa con el sistema educativo que defiende siempre al alumno, que se olvida de la disciplina, que cada día le quita más autoridad al maestro? No lo sé. Quizá es la mezcla de todo. Quizá somos todos.
¿Hay alguien que me pueda decir qué es lo divertido de hacer llorar a alguien? ¿Dónde está la gracia en acorralar a alguien, insultarlo en grupo, pisotearle la autoestima e inclusive dañarlo físicamente? Sigo sin entenderlo y es probable que nunca pueda hacerlo. En mi niñez y comienzo de la adolescencia todavía no existía esta palabra de moda «bullying» pero la intimidación, por supuesto que sí. Y lo que puedo decir al respecto es que hay heridas que tardan años en cerrar y hay heridas que nunca sanan. No todos los sobrevivientes de este terrible acoso pueden dejarlo todo atrás. En esos años el autoestima es muy frágil, tanto que, si fuera visible, una mirada podría romperla. En esos años de vulnerabilidad en los que un ser humano se está buscando a sí mismo y también busca la aceptación de los demás, esa intimidación le cambiará la vida y si no encuentra el apoyo adecuado, podría ser algo que no supere nunca, que se interponga en sus futuras relaciones. ¿Y por qué? ¿Por qué la persona es diferente? ¿Por qué no se defiende? ¿Por qué está solo? ¿Por qué no hace lo que los demás? ¿Por qué es «divertido» hacerlo ? ¿Por qué así se impone la autoridad de la persona que lo hace? ¿Por qué pueden? ¿Por eso? No logro entenderlo.
Estoy cansada de tanta crueldad y tanta inconsciencia. Estoy cansada de tanta agresividad y tanta violencia. Estoy cansada de tanta indiferencia. Sé que no puedo cambiar al mundo ni pretendo hacerlo, pero tengo derecho a levantar mi voz y a compartir mi grito. No, el bullying no es nuevo y me parece increíble e insoportable no sólo que siga existiendo, sino que ahora se utilicen herramientas como el internet para empeorarlo todo.
Tenía 4 años cuando entré a preescolar (Kindergarten). Tengo pocos recuerdos: cuando entré al salón por primera vez y las miradas hóstiles del algunos de mis compañeros. No recuerdo las palabras que me dijeron en esos dos años de preescolar pero recuerdo la soledad y el miedo que sentía. Recuerdo también a las dos amigas que me defendían. Más de 30 años después y recuerdo cómo les decían a los demás que dejaran de molestarme, aunque tal vez ellas ni me recuerden; yo a ellas, sí. Dice mi mamá que yo de pequeña (antes de entrar a esa escuela) era muy comunicativa, hablaba hasta por los codos. Yo no lo recuerdo, porque a partir de los cuatro años me volví introvertida, tímida y casi muda.
Al entrar a la primaria ya sabía que era la flaca fea, la calaca. Caminaba agachando la cabeza y deseando que nadie me viera. Lo más terrible de la intimidación (bullying) es que la mayoría de las personas que lo viven, sienten que se lo merecen y yo fui una de esas personas. Odiaba el espejo y cuando tenía el valor de mirarme, sólo veía eso: a una flaca fea a la que nadie quería acercarse. Fuera de una compañera en primaria que se sentaba al lado de mi y me pellizcaba o golpeaba siempre que podía (a veces me dejaba moretones), el acoso que yo recibí nunca fue físico, fue psicológico. Hubo quienes me perseguían en el recreo. Hubo quienes me perseguían a la hora de la salida. Hubo quienes me reclamaban que fuera a la escuela. Hasta ir al baño daba miedo.
Me escondía en la biblioteca en los recreos y los libros fueron mis mejores amigos. Los libros me dieron la posibilidad de encontrar otros mundos y otros amigos. Obviamente rara vez alguien me aceptaba en su equipo (para hacer trabajos) y nadie me quería en los equipos de deportes. Nadie quería regalarme nada cuando se jugaba al amigo secreto (quizá por eso nunca me gustó ese juego y los intercambios siguen sin gustarme). Crecí convencida de que todo lo hacía mal y con una enorme necesidad de esconderme, de hacerme invisible, de pasar inadvertida. Aprendí a guardar todas mis emociones y poner siempre la misma cara, esa cara de «nunca me verás reír pero tampoco llorar, nunca sabrás como me siento» y al llegar a la casa, lloraba.
Al comenzar la secundaria todo fue peor. Seguía siendo la flaca fea pero ahora con un nuevo apodo: la Vítola. Así me gritaban todos, no sólo los de mi edad sino los más grandes y no sólo los de secundaria, también los de prepa. Me gritaban: «Vítola, no te acerques», «Vítola ya te dije que te vayas». Al llegar a segundo de secundaria, hasta los de primero se divertían gritándome Vítola. Tenía miedo a veces no sé ni de qué pero tenía miedo. Ese año ya no podía verme al espejo. Sentía vergüenza de ser quién era. Cuando iban a terminar las vacaciones de diciembre, tuve pesadillas y lloré, lloré porque no quería regresar a la escuela. Afortunadamente fue mi último año en esa escuela. Pero la Vitola, flaca fea, calaca, popotitos siguió viva mucho tiempo más porque aunque en la nueva escuela todo comenzó a cambiar para bien, yo seguía mirándome en espejos rotos. No, no era alegre, no sonreía mucho y no confiaba en nadie, no confiaba en mí misma.
Tuve mucha suerte de que en mi niñez y adolescencia no existiera el internet. No sé si hubiera sido capaz de superar el cyberbullying (el intimidar/bulear a alguien también por medio de las redes sociales y los diversos sitios de internet). Me habría sido imposible comenzar de nuevo. Y hoy, ¿cómo logran comenzar de nuevo quienes son buleados? Hoy en día no es suficiente acosar a alguien en la escuela, a la salida de la escuela, ahora es posible hacerlo en todos lados, el mal uso del internet lo hace posible. Hoy en día uno ya no tiene dónde esconderse. No hay manera de pasar inadvertido. Ya no basta con un cambio de escuela para comenzar de nuevo. ¿Por qué tanta crueldad?
Tuve la fortuna de tener unos padres increíbles que me ayudaron a salir adelante. Una madre amorosa que me abrazaba siempre cuando salía llorando de la escuela y que me dio las bases y los valores para poder salir adelante y construir mi felicidad; un padre que me hizo fuerte, que me enseñó a levantarme siempre pasara lo que pasara. Afortunadamente, a diferencia de otros compañeros y amigos que lo sufrieron, los tuve a ellos para que me apoyaran y escucharan. No les tuve miedo y aunque no les contaba todo, me abrí lo necesario para poder sanar. Y eso es lo que se necesita para superar el bullying: tener a alguien (de preferencia un adulto) con quien abrirse, en quien confiar; hay que salir de esa zona de silencio que sólo nos permite recibir más golpes y no nos enseña a defendernos.
Recuperar mi autoestima me tomó muchos años. A los veintitantos y todavía al comenzar los 30 seguía cargando conmigo a la flaca fea y hasta hace poco tiempo, seguía luchando por hacerme invisible. Los halagos me intimidaban, me llenaban de vergüenza. Mis poemas, cuentos, dibujos, todos los guardé en un cajón. Sí era feliz pero seguía teniendo la necesidad de hacerme invisible. Sí, por siempre invisible.
Tengo 37 años y apenas hace unos meses logré despedirme por completo de la Vítola y sentirme completamente libre de ser yo misma, sin la necesidad de protegerme o esconderme. Tan libre que puedo hoy compartir una historia que fue profundamente dolorosa y no me asusta que todos la lean. Tan libre que puedo usar mi voz para quejarme y decirle a todos que ya basta. ¡Basta de violencia, agresividad y acoso! Nadie, nadie absolutamente nadie, se merece un trato así. Nadie merece que lo obliguen a pedir una disculpa por algo que no hizo y que la publiquen en youtube; nadie se merece que lo estrellen contra la pared; nadie se merece que lo insulten, lo minimizen, lo obliguen a hacer cosas que no desea; nadie se merece que lo hagan avergonzarse de sí mismo. NADIE. El bullying no es divertido. Reírse del dolor ajeno no puede llevar a nada bueno; ¿ y si esa persona de la que se están riendo ahora fuera alguien de su familia? ¿Cómo se sentirían?
No entiendo qué pasa por la cabeza de quienes hacen tanto daño, pero creo que ya es hora de tomar conciencia. ¿Por qué sí pueden unirse para agredir, para burlarse de alguien, para destruir pero no pueden unirse para ayudar, para construir? ¿Por qué sí pueden ser tan fuertes e ingeniosos para odiar pero no para amar? Si algo nos falta en este mundo es más amor, tolerancia, solidaridad y empatía, mucha empatía.
No puedo cambiar al mundo, pero sí puedo «cambiarme» a mí. Yo escojo el camino del amor, amor a mí misma, amor al prójimo, amor al mundo. Yo elijo construir. Ojalá cada día haya más personas que quieran unirse a este camino. Sueño con el día en el que todos construyamos y nadie quiera destruir. Sí, quizá es una utopía, pero no pierdo la fe en que llegue ese día porque el amor es más fuerte que el odio y sí, todavía creo en la humanidad.
~ por Naraluna en junio 5, 2014.
Publicado en apariencia, sentimientos y vida
Etiquetas: acoso, basta de bullying, basta de intimidación y acoso, bullying, intimidación, más amor y tolerancia, mi historia con el bullying, no al bullying
Disfruto mucho como escribes,o será la manera en que lo cuentas,no lo sé.Es muy ddelicado el tema pero muy valiente el que lo analices y compartas tu experiencia…a mi nunca me ha guatador ver que otros abusen de la razón que sea por estar en diferencia de mayoria o edad,siempre que puedo intervengo para sacar del momento de acoso a quién lo estan atacando.Yo al contrario de ti,aprendí ha hacerme duro,parezco mal encarado para quién no me conoce,pero fue porque también hubo un tiempo donde tenía que defenderme de los más grandes que yo,eso fue lo único que me sirvio,con el tiempo mi complexión fue cambiando y hasta en la calle veo q piensan que soy muy violento pñor mi forma de parame o de mirar,pero es pura supervivencia con la que creci de la primaria a la secundaria.Comparto muchas ideas contigo,y entiendo las senaciones que quedan,es agradable que puedas expresarlo y poco a poco vayas conbrando fuerza y confianza en ti misma.Ahora como adultos nos corresponde no hacer como q no pasa nada cuando veamos situaciones parecidas,y enseñar y educar a los de generaciones posteriores para que tampoco lo ignoren.No dejes de seguir escribiendo,siempre es muy liberador!
¡Muchas gracias Einerd! Gracias por leer mi blog, por compartir tu opinión y también tu experiencia. Muchas gracias de todo corazón. Y no, nunca dejaré de escribir. No sé qué sería de mí sin la pluma. Un abrazo para ti. 🙂
Hola, Naraluna.
Valiente tu publicación, te felicito mucho y te admiro más.
Esto del acoso violento (me choca la palabra en inglés) no es nuevo, es verdad, pero se ha ido agravando con el tiempo. Este «fenómeno», creo, tiene varias causas, pero la principal es que empieza desde la casa. Me voy a atrever a soltar algo políticamente incorrecto: el acoso violento se ha agravado desde que las mamás no están presentes en casa. Debido a las exigencias actuales, las mamás han tenido que salir a trabajar y esto ha propiciado que los hijos no tengan una educación adecuada. Los videojuegos, sobre todo los de «aventuras», hacen que los chavos se acostumbren a la violencia y a que ésta no tenga, en apariencia, consecuencias. Tal vez esto también los anime a llevar a la realidad estas «aventuras». Otro ingrediente que preocupa: cada vez se organizan mejor para hacer el acoso violento, ahora las pandillas están en todas partes.
¿Qué podemos hacer? Señalarlo como tú lo has hecho, pero sobre todo exigir que las escuelas apliquen su reglamento disciplinario y si alguien lo transgrede, actuar en consecuencia, inclusive aplicando las leyes penales si es necesario.
Te mando un abrazo fuerte.
¡Gracias Enrique! Gracias por leerme y por compartir. Gracias por lo que me dices. Tienes razón en lo que dices, no basta con señalarlo se necesita actuar con más disciplina, claro está. Pero creo que tomar conciencia es un buen primer paso. También un abrazo muy fuerte para ti. :*
Te felicito, es cierto que eres muy valiente al escribir sobre tu experiencia. Es muy triste que todo el mundo sabe que existe pero efectivamente nadie hace nada. Estoy de acuerdo con tu amigo que dice que esto empieza en casa. La falta de valores empieza en casa. También los padres se hacen de la vista gorda cuando tienen estas actitudes, en lugar de corregirlos. Tal vez tratando de llenar los huecos que no pueden cubrir por su ausencia y no necesariamente porque se vayan a trabajar, hay quienes están físicamente pero siguen estando ausentes. Porque no le dan la importancia que deben cuando traen hijos al mundo.
Me da mucha pena que hayas pasado por este tipo de maltrato porque eres una mujer excepcional. Te quiero y cada día te admiro más.
Adriana Avalos
Así es Adri, desafortunadamente.
Muchas gracias por leerme y por comentarlo. Gracias por tus palabras y, sobr todo, por tu amistad. Yo también te quiero mucho, mucho.