NADAR…

Los juguetes que más recuerdo de mi infancia son unas sirenas que me trajo mi papá de alguno de sus viajes. Eran pequeñas y me encantaba meterlas en un recipiente con agua y jugar a que nadaban. Siempre me he sentido un poco sirena porque amo estar en el agua.

Fue a los seis/siete años cuando aprendí a nadar. Nos cambiamos a un condominio con alberca. Apenas nos cambiamos, mi hermano de tres/cuatro años se cayó a la alberca. En ese momento mis papás nos inscribieron a clases de natación. No sentí miedo, por el contrario, me sentí emocionada.

Al poco tiempo tuve la fortuna de formar parte del equipo de natación. Tenía que nadar de lunes a viernes y también los fines de semana en tiempos de competencia.  Aprendí a dominar mi cuerpo para poder avanzar en el agua.  Aprendí a flotar: nos ponían ejercicios en los que teníamos que flotar por varios minutos. Como parte del entrenamiento teníamos que flotar vestidos. Sí, con una  playera, los jeans, los calcetines y los tenis puestos.  Era muy cansado hacerlo así, pero aprendimos. Eso nos hizo fuertes.  Con el tiempo logré ser una misma con el agua y en ella me sentía segura…

En las vacaciones, algunas veces, me quedaba en el agua hasta que se me arrugara la piel, hasta que, como decían mis papás, «me salieran escamas».    A veces jugaba con mi hermano,  a veces jugaba sola.  Me imaginaba que era una sirena que vivía en el agua. Me gustaba estar mojada y descubrir sus secretos con el movimiento de mi cuerpo. Quería ser una sirena, pero no por la melodiosa voz que las caracteriza ni mucho menos por  la belleza con las que algunos las describen o dibujan sino porque el agua es su mundo.  Eso quería yo: sumergirme y hacer del agua mi mundo.

Mi pasatiempo favorito era  acostarme boca arriba y flotar, permitir que la corriente me llevara y escuchar sólo la voz del agua.   Algo que todavía disfruto mucho.

Hubo un tiempo en mi vida en el que me alejé de las albercas.  Mi adolescencia fue un poco complicada y mis ganas de esconderme me impedían ponerme un traje de baño.   Pasé mucho tiempo seca.  Fue una larga sequía que terminó al llegar la edad adulta. Desde entonces mi vida ha estado llena de temporadas secas y de temporadas mojadas.

Con el paso de los años,  el llamado del agua es más fuerte en mí. La sirena que llevo dentro se niega a dormirse. Ya no.

En el agua no existen límites ni prejuicios, no hay voces: en el agua estoy conmigo misma.  Mi vida cambia en el momento en el que me aviento a la alberca . En ese breve instante, mientras estoy en el aire, comienza a invadirme una infinita sensación de libertad.  Al caer, todo mi ser sonríe. Siento la caricia del agua en todo mi cuerpo y navego en armonía con ella.   A partir de ese momento soy libre. No hay nada más allá de la voz del agua,  de su música, de mi cuerpo que se sumerge y se mueve a su ritmo.

 Nadar es bailar en el agua.  Es volar.   Con los brazos me impulso; con los pies, aleteo y ella es el cielo donde navego, donde floto, donde nada me da  miedo. Nada.

Libertad en el Agua.

Libertad en el Agua.

Nadar lava las penas, las aligera.  A la hora de estar ahí, es necesario concentrarse, poner la mente en blanco, sentir cada brazada, cada patada. Una distracción puede significar perder el ritmo, pegarse en la cabeza cuando uno está nadando dorso y el brazo no está en su lugar, adelante, indicando el fin del camino.  Así, con la mente despejada, al terminar de nadar  todo se ve más claro y menos triste.

Nadar deshace nudos. Mientras lucho por llegar a la meta, la confusión disminuye.  Mis brazos, mi piernas, mi abdomen, mi espalda, mi respiración trabajan juntos para llegar a la meta. Al final del entrenamiento, todo mi ser está relajado, en paz, lejos de los conflictos.  Entonces puedo pensar más claramente y manejar mejor mis emociones.

En la natación, al igual que al correr, la competencia es con uno mismo por lo tanto, la relación con los demás es amigable y hay un verdadero trabajo de equipo.

 En los momentos de  grandes retos y de competencia, el ambiente se llena de porras y palabras de aliento.   El ambiente en la alberca es de compañerismo y solidaridad, al igual que en las carreras.

En el agua me disuelvo y reconstruyo…

Nadar, para mí, es avanzar en el camino de mis sueños.

 

 

 

 

~ por Naraluna en junio 10, 2013.

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