Notas sobre el insomnio escritas por una insomne.
Me di cuenta de que tengo que comprar un nuevo colchón cuando al acostarme, me hundí en la cama y les aseguro que no tengo un colchón de agua. No sé si eso tenga que ver con mis sueños raros de estos días o sí sea sólo otra manera de torturar a mi espalda, digo, porque quizá no sea suficiente con la falta de ejercicio. Sólo sé que a veces es un gran reto lograr deshundirme de la cama y ponerme de pie. Sin embargo, es algo que es necesario hacer todos los días. Así que después de mi pleito habitual con la cama y de tener en cuenta que debo comprar un nuevo colchón en cuanto me sea posible, me pongo de pie y me lleno de agua la cara, luchando porque mis diminutos ojos puedan abrirse y volver a su tamaño normal pues yo pertenezco al grupo de los nuca seca-ojos de globo. Sí, nuca seca porque prácticamente nunca duermo y ojos de globo porque cuando me despierto mis ojos están tan hinchados que casi ni puedo abrirlos. Así que con ojos de globo, almohadazo en la cara y la melena de león, me dirijo al baño a tratar de hacer algo por mí persona. Afortunadamente, hasta ahora, las personas cercanas a mí que me han visto en el momento en el que me levanto y comienzo mi día, no han sufrido un infarto ni nada parecido. Claro que no me confío y por eso todas las mañanas, busco la manera de sobrevivir a la crisis de despertar. Una vez que me veo más o menos normal, digo suponiendo que pueda utilizar la palabra «normal» para hablar de mí misma, me tomo un vaso de leche o de té y estoy lista para comenzar el día…
En fin, aun antes de que el colchón me «hundiera» en la cama, para mí nunca ha sido fácil ni dormir ni despertar. Desde que tengo memoria, dormir siempre ha sido un gran reto. Me cuenta mi madre que cuando yo era bebé casi no dormía. Inclusive alguna vez le llamó al doctor preocupada por eso. Fuera de lo anormal que puede resultar no dormir, todo estaba bien conmigo. Nunca he logrado dormir ocho horas de corrido, salvo en casos de enfermedad o cansancio extremo. Mi mamá se acostumbró a tener una hija nuca seca y nunca me obligó a dormir, afortunadamente. No sé si sea por su manera tan increíble de siempre respetar mi personalidad o porque ya estaba acostumbrada pues mi papá también es un nuca seca. El caso es que nunca me ha gustado dormir y me cuesta mucho trabajo conciliar el sueño. O, dicho de otra manera, siempre he sido y seré insomne. A diferencia de la mayoría de las personas, generalmente amo mi insomnio. Es tan parte de mí como lo es el respirar. Para mí no es una enfermedad, es un momento de encuentro conmigo misma…
Para muchas personas el insomnio resulta un problema serio. Puede ser el resultado de haber cenado mucho. También sucede porque las preocupaciones le roban el sueño a la mente, o por alguna enfermedad. Mis razones son muy diferentes. La primera es una razón fisiológica: no necesito dormir tanto. No está en mis genes. Soy hiperactiva y tengo demasiada energía la mayor parte del tiempo. Me resulta imposible estarme quieta. Imposible. Por otro lado, está mi locura. Mi mamá me dijo que cuando yo tenía como tres años le dije que la vida es demasiado corta para desperdiciarla durmiendo. No puedo recordar eso. No tengo idea de dónde lo saqué pero algo hay de cierto en eso para mí, cuando duermo siento que no hago nada y me desespero. Creo que esas dos razones son suficientes pero no son las únicas. La tercera razón es mi amor a la noche. Sí, amo la noche, su calma, su silencio, su paz. Me encanta ver a través de la ventana y sentir como todo duerme en la ciudad. Los sentidos se agudizan en la noche. Los sonidos se intensifican. Los grillos me cantan, el viento me besa y, citando a Alberto Ruy Sánchez, «el silencio es el que más habla». En la madrugada me dan ganas de escribir, de pintar, de enloquecer, de expresarme. La noche me regala una libertad que no conoce fronteras y la posibilidad de encontrarme entre los dos mundos: el de lo consciente y el de lo inconsciente. Otra razón que quizá no es tan positiva, pero que es igual de importante, es el huir de mis pesadillas. El insomnio es mi refugio, es el lugar que me protege de ellas, que me han perseguido desde que tengo memoria. Mi cerebro tiene extrañas maneras de comunicarse conmigo y soy experta en sueños terroríficos. Una vez, en mi adolescencia, pasé tres días sin querer dormir porque estaba aterrada. Claro, al cuarto día, mi cuerpo ya no estaba en condiciones de hacer nada y caí como tabla desde las 5 de la tarde. Afortunadamente creo que estaba demasiado cansada como para tener pesadillas. El insomnio mucha veces para mí es sinónimo de paz. Consciente o semi-consciente puedo controlar a mis visitantes mientras que dormida pierdo el control por completo. La última razón por la cuál casi no duermo es porque no sé como desconectarme de la realidad, como dar paso al estado de inconsciencia. Cierro los ojos y me angustia no poder «perder el sentido». Conozco personas que con el simple hecho de acostarse, se pierden en su mundo de los sueños. Yo no. He tenido que idear diversas maneras de distraer a mi mente, de engañarla para que no se dé cuenta de que intento dormirme. Me pongo a crear historias, a pensar en lo que me gustaría lograr, a visualizarme en el futuro que quiero para mí y en medio de esos pensamientos, después de un largo rato, por fin logro perder la consciencia…
A lo largo de mi vida he escuchado miles de advertencias. Personas que me dicen que debo dormir más, que no es posible que duerma tan poco, que en el futuro tendré serios problemas, que voy a envejecer más rápido… Y siempre me he rebelado ante esta idea: no tengo ni tendré serios problemas ni envejezco más rápido de lo que debo, sólo soy diferente, soy una nuca seca que, con excepción de su padre, no había encontrado a más nucas secas en el mundo. Sin embargo, hace casi dos semanas esto cambió cuando tuve la maravillosa oportunidad de asistir al curso que dio Alberto Ruy Sánchez en el Péndulo sobre su libro «Elogio del Insomnio». No solamente me encontré con varios insomnes, sino con la fabulosa visión de este talentoso escritor quien tampoco duerme mucho. Él describió al insomnio como la alucinación perfecta, el estado intermedio en el cual el delirio es posible y a través del cual uno permite que sus fantasmas los visiten, los buenos o los malos. Y me sentí como en casa. Por fin encontré personas como yo que se sienten orgullosas de su insomnio y que lo utilizan para crear.
Pienso que la noche está íntimamente conectada con el hecho de crear. Algo tiene en su silencio, su paz, su oscuridad que me atrae profundamente. Soy como un vampiro: amo la noche y me escondo de la luz; pero yo no me alimento de sangre, me alimento de palabras, la pluma y el teclado me mantienen con vida.
Así que mientras la mayoría de las personas tienen dulces sueños, yo tengo dulces insomnios, ya sea en mi viejo colchón que intenta hundirme o en el puff que me ha acompañado desde mi infancia; ya sea contando ovejas, con un libro en la mano, con la pluma o con mis visitas sobrenaturales…