Cartas para Nadie. Quincuagésimo Novena Carta. Tirol, Austria. Innsbruck, Austria.

27 de noviembre de 2023

¡Hola! Ayer tuve la presión baja y sigo muy decaída. Lo siento, querido Nadie. De todas formas, eso no impedirá que te siga relatando mis vivencias en el viaje.

Mi último día en Tirol lo pasé en el centro (Alstadt) de Innsbruck. El departamento de René y Angelika estaba muy cerca y me podía ir a pie. Para llegar al centro, caminé por el puente, al lado del Río Eno (Inn). A la izquierda, hay una escultura de un Crucifijo que, contrario a mis expectativas, me causó una buena impresión.

Durante mi estancia en Europa nunca me acostumbré a encontrar crucifijos grandes en las calles. Me desconcierta ir paseando y de repente toparme con un Cristo, eso rara vez sucede en México. La mayoría de las veces no me gustan esos encuentros. Tal vez porque desde que tengo memoria esa imagen me duele, me causa angustia. El Cristo Sufriente, quien se sacrificó para salvarnos. Dolor, ansiedad, culpa cada vez que lo veo. Eso me pasó con el que está en la pared del hotel Goldene Krone.

Por el contrario, volviendo al Cristo en el puente, él tiene una expresión tranquila, nos observa sin hacernos sentir mal. No tiene clavos ni corona de espinas ni gestos de sufrimiento. Pareciera que flota y descansa en la cruz. Además, algo que nunca había visto: el Cristo está completamente desnudo. Yo no recordaba haberlo visto en mi viaje anterior y ahora sé porqué: está ahí desde el 2007 (una año después de cuando fui). Antes estaba en el Claustro del Museo de Arte Popular de Innsbruck pues su desnudez provocó protestas. Es una escultura de Rudi Wach. La verdad, Nadie, me gustó. Me dio cierta paz y se ve bonito.

Lo primero que hice después de desayunar fue comprar una tarjeta de memoria para mi cámara. Encontré una en oferta y costó un poco menos que en México. Por fin, usaría mi cámara. Las fotos que te compartí de los días anteriores las tomé sólo con el celular.

Unos pasos más y estuve frente al Techo Dorado (Goldenes Dachl) que tanto le gustaba a Herwig. Es considerado el símbolo más famoso de esta ciudad. Está decorado con más de 2600 tejas de cobre dorado que el Emperador Maximiliano I mandó a hacer con motivo de su boda con Blanca María Sforza. Esta vez no entré al museo, sólo quería verlo. Herwig estaba muy emocionado cuando me llevó. En ese entonces ahí estaba la mujer dorada, una sonriente estatua viviente, amigable y hermosa. Ese día,muy cerca, en su lugar, vi a un mimo no tan simpático.

Tenía muchas ganas de conocer el Hofgarten (Jardín de la Corte). No me costó ningún trabajo llegar. Es del estilo de los jardínes ingleses, muy diferente a los que visité en Freising. Es muy grande. No lo recorrí todo, pero sí visité lo más que pude. Tú sabes, querido Nadie, que soy muy feliz en la naturaleza, rodeada de flores y de árboles.

Entré a la Torre de la Ciudad (Stadtturm) porque quería tener una vista panorámica de la ciudad. Subí los cientos de escalones y al final tuve un poco de vértigo cuando se me ocurrió mirar hacia abajo (el piso del centro es transparente y se pueden ver los escalones). Esta torre se terminó de construir en el año 1450 con el objetivo de que los vigilantes de la ciudad pudieran avisar a los habitantes de la ciudad de incendios y otros peligros. Una vez arriba, me quedé varios minutos disfrutando y tomando fotos. Por cierto, a la hora de irme, no podía salir de este museo. Busqué diferentes maneras y nada. Un señor, un poco divertido pero muy amable, me dijo que necesitaba mi boleto para hacerlo. Menos mal que lo había guardado. Lo metí en la máquina (la misma de la entrada) y listo.

Estuve paseando horas sin detenerme, aprovechando mis últimos momentos ahí. Nunca me sentí sola. No tengo tan mala memoria porque no me perdí ni necesité ayuda. De hecho, esa mañana casi no hablé excepto para comprar algo o preguntar por el precio de las cosas. Lo único fue que no pude recordar dónde vivía mi amigo, hubiera querido pasar por su casa. No se me ocurrió preguntarle a Angelika, quien más tarde cuando me llevaba a la estación del camión, como si adivinara mis pensamientos, me señaló la calle donde estaba.

Me comí un durum kebab antes de irme. Miré las casas de colores y el río por última vez. ¿Cuándo podré volver? ¿Volveré?

Angelika me abrazó muy fuerte antes de irse. La vi alejarse en su coche mientras yo subía al camión. Me sentí triste pero no me quejo. Encontré alivio en Tirol. No sólo pude despedirme de Herwig, sino vi a sus amigos que, gracias a él, lo son también míos. Me quedo con Austria en el corazón, llevo los Alpes conmigo. Cuando recuerdo esos días, me vuelvo a llenar de agradecimiento.

Ahora, para terminar, te cuento algunos detalles que llamaron mi atención:

  1. La mayoría de los restaurantes están cerrados los lunes y martes. Si tienes planes para salir a comer, evita que sea en esos días. El restaurante al que querían llevarme en Hinterhorn Alm estaba cerrado. Afortunadamente había uno abierto.
  2. No hay perros callejeros. Hay leyes para proteger a los animales y las multas/sanciones contra el maltrato animal son fuertes. No pregunté cómo son las reglas en los demás países que visité, pero nunca vi perros callejeros y todos los perros que vi, estaban bien cuidados y contentos con sus familias.
  3. Los austríacos se despiden con dos abrazos: de un lado primero y luego del otro. No sé si así haya sido siempre o haya cambiado por la pandemia pues Angelika se despidió de mí con dos besos como los belgas (uno en cada mejilla).
  4. Cruzar las calles es seguro (eso también en los otros lugares que visité). Tanto los automovilistas como los ciclistas y los peatones son respetuosos de las reglas de tránsito. En la mayoría de los cruces hay semáforos para peatones; si no los hay, el peatón tiene preferencia y los coches tienen que frenar sí o sí. De la misma manera, los peatones tienen que respetar los carriles de las bicis y no interpornerse. Cruzar las calles nunca me dio miedo, excepto en Amsterdam con los ciclistas, pero ya te contaré sobre eso después.
  5. Las manijas, Nadie: es raro como son allá. El departamento tenía un pequeño patio. Un día en la mañana quise salir y al abrir la puerta creí que se me venía encima. Me asusté. No, no se estaba cayendo, sólo se abrió como si fuera ventana, con una inclinación en la parte superior. La cerré como pude y ya no lo intenté de nuevo. El último día, le comenté a Angelika lo sucedido. Le dio un poco de risa y luego me explicó. La manija tiene tres funciones: para un lado se abre un poco (inclinada como me sucedió), para el otro se abre como puerta y para abajo (creo) se cierra. Esta explicación me ayudó para abrir las ventanas en los otros lugares que visité. Eso no me salvó de otra anécdota con las manijas en Amsterdam. Ya lo sabrás en su momento.

El camión me llevó a Munich, donde esperé dos horas mi camión a Praga. Esta vez sí tuve internet en el camino. Cené cualquier cosa en Munich. Hacía algo de frío. Hubo otro evento del Oktoberfest. Mirando hacia la estación de trenes, vi a las personas esperar su turno: eran jóvenes risueños en su mayoría. Cuando llegaban a la estación se oía una música muy fuerte.

En el camión a Praga me tocó irme hasta atrás. Fue demasiado incómodo, apenas pude dormir. Junto a mí también había personas mexicanas. Fue emocionante. Venían de Guadalajara, iban a estar un par de días en Praga y luego se iban a Dinarmaca o Noruega (no recuerdo) a buscar auroras boreales. Por fin pude hablar un poco de español, nos reímos un rato.

Nadie, es menos caro viajar en camión, pero hacerlo en la noche por varias horas y en la parte de hasta atrás, no es nada recomendable. Fue muy pesado. Llegué a Praga a las seis de la mañana y todavía estaba muy oscuro.

Gracias por leerme, Nadie. En mi siguiente carta, te contaré de Praga y mi reencuentro con mi amigo Dirk.

Carla

~ por Naraluna en diciembre 4, 2023.

3 respuestas to “Cartas para Nadie. Quincuagésimo Novena Carta. Tirol, Austria. Innsbruck, Austria.”

  1. Te leo desde hace muchos años, me pregunto si estarás bien.

  2. Te leo desde hace muchos años, me pregunto si estarás bien.

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