Me duele el mundo.

El viernes pasado hubo atentados en París que dejaron varios heridos y más de cien muertos. Esta noticia causó conmocionó y y el hashtag #PrayForParis saturó las redes sociales. Estos terribles hechos le dolieron al mundo y también desencadenaron preguntas y reclamos como: «Por qué orar por París y no por Beirut, Bagdad, Siria, Palestina, México…?»  Entonces surgieron hashtags para rezar por esos lugares también y no sólo por ellos sino también por el mundo.  Así que me parece que por un lado se fomentó una conciencia colectiva y, por el otro, una vez más, surgieron las críticas, los juicios y los comentarios negativos que lejos de ayudar, destruyen.  Me quedo con los comentarios que buscan informar y crear conciencia, deshecho todos los que sólo reflejan críticas inútiles y destructivas.  Confieso que a veces Facebook resulta un sitio asfixiante pero ese es un tema para otro blog.

En este momento sólo quiero dejar bien claro que me duele el mundo. No sólo se trata de París, Bagdad, Beirut, Siria, Palestina, México (y la lista podría extenderse a varias líneas más de este blog, ocupar el párrafo completo y los que le siguen), se trata del mundo entero.  Hay violencia,  injusticia, hambre en prácticamente en todo el mundo aunque  esto se note, se sufra más en unos lugares que en otros.

Hoy en la mañana leí que París sigue de luto por sus víctimas, que la Torre Eiffel seguirá portando los colores de la bandera francesa por un tiempo más. ¿Y cómo vive París este luto? Bombardeando Siria, matando sirios. ¿Cuántas muertes más?  ¿Qué nos pasa a los seres humanos?

Me duele el mundo y me duele mucho. Es un dolor intenso, muchas veces desgarrador, con el cual me ha costado mucho trabajo vivir y por el cual fui una adolescente deprimida.

Tenía catorce años cuando fue la Guerra del Golfo Pérsico.  Mi amiga y yo llorábamos en el teléfono por todos esos inocentes que sufrían las consecuencias de esa guerra. No importaba la nacionalidad ni religión de ninguno, importaba que eran seres humanos injustamente lastimados y/o asesinados. Escribíamos poemas para tratar de sobrellevar la situación y no sabíamos cómo rebelarnos contra esa situación. Siempre he sostenido que en una guerra nadie gana y todos pierden. Hay más sangre y muerte que victoria. Hay más luto que alegría.

A diferencia de muchos adolescentes, jamás me sentí todopoderosa ni capaz de cambiar al mundo.  Por el contrario, me sentía impotente ante la crueldad de los seres humanos. Me daba mucha que hubiera guerras, que la tortura existiera, que predominara la injusticia y yo no pudiera hacer nada para evitarlo. ¡Nada!  El dolor era tan fuerte que a veces deseaba morirme. ¿Por qué vivir en un mundo tan lleno de indiferencia y horror? Me resultaba deprimente y frustrante no poder salvar a las personas como lo hacían los superhéroes. ¡En fin!

Pasaron varios años antes de que yo aprendiera a lidiar con este dolor,  de que yo aprendiera a no centrarme en lo malo, en la falta de humanidad en el mundo; sin embargo, hay días en los que tengo la necesidad de llorar, de gritar basta.

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Luz para el Mundo

¿Qué nos  pasa en el mundo?  En México tenemos la sangre de Guerrero, los miles de desaparecidos, las mujeres de Juárez, la violencia en Tampico, por sólo mencionar algunos lugares. Nos falta mencionar el narcotráfico y a los narcos a quienes pintan como héroes en la televisión. He sabido de jóvenes quienes piensan que ser narco es genial y no puedo expresar lo aterradores que me resultan esos comentarios. El sólo escribirlo me hace temblar. Tampoco he mencionado los secuestros, la trata de blancas,  los asaltos, la inaceptable y reinante impunidad. ¿Y qué decir de la tortura? Y eso hablando sólo de nuestro país.  ¿Y el resto del mundo? Hay tiroteos en las escuelas: adolescentes matando adolescentes.  Hay ataques terroristas cuyo objetivo son personas inocentes, sí, personas inocentes.  Hay guerras que llevan décadas: personas  que siguen matándose unos a otros por diferencias que surgieron en  generaciones anteriores. Hay personas sin casa, sin familia, sin nada. Hay quienes huyendo de la violencia buscan refugio en otros países y sólo encuentran puertas cerradas. Hay bombardeos y más bombardeos, atentados, ataques y una infinita cantidad de venganzas. Hay hambre, enfermedad, injusticia.  El horror se vive en casi cada rincón de este planeta y no parece existir un lugar donde esconderse,  donde protegerse, donde vivir sin derramamientos de sangre ni miedo.

Lo repito y lo sostengo: me duele todo el mundo. Me duele la Tierra. Me duele la falta de humanidad. Me duele la intolerancia, la violencia, la venganza, la sangre derramada.  Me duele la religión como forma de manipulación, la religión como excusa o justificación de asesinatos y guerras. Me duele la tortura, la indiferencia, el abuso.  Me duele la sed de poder y de dinero, la necesidad de controlarlo todo y a todos. Estoy harta de la pasión que siente el ser humano por matar, por dañar, por crear ríos de sangre y tormentas de cuerpos mutilados, de cadáveres que se pierden en el anonimato. Me  desgarra que la industria de las armas sea la prioridad en tantos lugares. Me indigna que el ser humano utilice su inteligencia, ingenio y creatividad en inventar y fabricar armas para destruir a su prójimo y a lugar donde vive. Tanto talento desperdiciado, usado para dañar al prójimo de maneras inimaginables.

Cuando fui al Museo de la Tortura me faltó el aire y casi me desmayo, fue necesario que me dieran a oler alcohol para reanimarme. Me parece abominable todo lo que el hombre ha creado para hacer sufrir al otro, para someterlo a su voluntad, para quitarle la dignidad o simplemente para gozar de su sufrimiento. ¿Por qué tanto ingenio y creatividad enfocados en el odio, en la destrucción de la vida?  No dejo de preguntarme,  ¿cómo sería el mundo si se invirtiera tanto dinero, tiempo, esfuerzo, tecnología como se invierte en la fabricación de nuevas armas letales y métodos de tortura en encontrar soluciones para disminuir el problema del hambre, para curar en enfermedades, para limpiar y cuidar nuestro planeta, para lograr la paz?   ¿Qué sucedería si usáramos nuestro ingenio, creatividad, inteligencia y talento para construir, para encontrar soluciones en lugar de usarlo para destruir?  ¿Cómo sería la vida dejáramos de usar la tecnología, los avances científicos para jugar a ser dioses y manipular a la naturaleza a nuestra supuesta conveniencia?

Me duele el mundo. Me duele nuestro planeta. Me duele la naturaleza. Me duelen los animales. Me duele la falta de conciencia e indiferencia de tantos seres humanos.

¡Me duele!  Me duele pero también me enoja como el ser humano, en general, se cree un ser superior a las demás especies, como se atreve a afirmar que somos la especie más inteligente del planeta. ¿El ser humano es superior  por encontrar «argumentos validos» para destruir y matar?  Estoy harta de esta sed de poder y esta pasión para matar de varios miembros de esta especie.  La verdad es que me da risa esta «superioridad» y me avergüenzo de todo el daño que, como especie, hemos sido y seguimos siendo capaces de hacer.  ¿Superiores por qué? ¿Porque podemos manipular a la naturaleza y de paso destruirla? ¿Superiores porque tenemos la capacidad de destruirlo todo y sentirnos orgullosos de eso? ¿O quizá porque menospreciamos y podemos maltratar a otros seres vivos? No, claro que no, «somos superiores» porque tenemos dinero, armas y porque somos los únicos que disfrutamos tanto derramar sangre, porque nos nutrimos de venganza y poder, porque sometemos a los demás y nuestra existencia se vuelve un despiadado juego de poder.

Cuando pienso esto  me sobrepasa la desesperación, la indignación, la tristeza. Por eso me llegó a comer la depresión inmensa: no quería ser parte de una especie tan atroz.  Me preguntaba si valía la pena vivir y deseaba vivir como ermitaña, lejos de cualquier sociedad, en una cabaña en la cima de una montaña,  rodeada de animales, bien lejos de cualquier ser humano.

Entre las terribles noticias de los últimos días y la invasión de las redes sociales, por un instante, volví a desear esconderme de nuevo. Sin embargo, ya más tranquila,  vuelvo a la misma conclusión de mi blog anterior:  no todos los seres humanos somos así y no perderé mi fe en la humanidad, en la bondad que existe, en las bendiciones que nos rodean.  Lo más importante es no volver a enfocarme en lo terrible, lo violento, en lo peor de la humanidad.  Si algo he aprendido en los últimos años es a amar la vida y a agradecerla. Poder mirar al cielo es un privilegio, una bendición y muchas veces también es un milagro.

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Cuando leí el diario de Ana Frank me preguntaba cómo era posible que  a pesar de vivir encerrada y tener muchas carencias, Ana amara tanto la vida y estuviera tan convencida de la bondad del ser humano.

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Hace unos meses leí «A Lucky Child» de Thomas Buergenthal, sobreviviente de los campos de concentración y me maravilló su amor a la vida y su capacidad de perdonar. Después de haber visto y vivido en carne propia uno de los peores momentos de la historia, no odió al mundo ni tampoco sintió sed de venganza,  agradeció la oportunidad de estar vivo y ha dedicado su vida a luchar por los derechos humanos internacionales. Debido a su experiencia el llegó a la conclusión de que tenía la obligación de dedicar su vida profesional a realizar actividades para la protección de los derechos humanos internacionales. En su libro predomina el perdón, la esperanza, la lucha por romper este ciclo de odio y violencia que hay en el mundo.  Habla del pasado como lo que inspiró su futuro y le dio sentido a su vida.  Eso me conmovió profundamente.  Siempre me he preguntado como personas a quienes les ha tocado vivir en carne propia la crueldad humana en todo su horror,  se aferran a la vida, conservan su fe en la humanidad y ven el lado bueno de las cosas.

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Esto que leí me recordó algo que aprendí hace un par de años:  a ver las cosas, la vida, lo que ocurre, desde el amor y no desde el dolor.  Si las veo desde el amor, soy capaz de construir, de ayudar, de aportar algo. Si las veo desde el dolor, como ya lo hice en el pasado, sufro sin límites, me sumerjo en la desesperanza y no puedo ser útil ni tampoco construir.

Aleksandr Solzhenitsyn también se inclina a la vida, a pesar de todo el horror que vivió y que describe en su libro el Archipiélago, se maravilla ante la naturaleza, ante la oportunidad de ver un pequeño jardín y mirar el cielo después de mucho tiempo de encierro. No se pierde en el dolor y no se somete ante sus verdugos: «¡Yo soy el vagabundo de las estrellas! Mi cuerpo está encadenado, pero ellos no tienen ningún poder sobre mi alma.»    Esa frase me inspira, me da esperanza, me hace fuerte.

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A pesar de la falta de humanidad en el mundo, no estamos condenados a la destrucción.  Hay muchas razones para tener esperanza y seguir adelante, para amar la vida.  Cada día somos más las personas preocupadas por el bienestar común y no sólo por el propio. Cada días somos más las personas que tenemos sed de construir, de ayudar, de dar luz a los demás. En medio de noticias y mensajes violentos también he leído mensajes amorosos y solidarios no sólo de nuestro país sino de diferentes partes del mundo.  No hemos llegado a la solución pero es un buen comienzo.  Me conmovió el mensaje de Antoine Leiris, el cual todavía circula en las redes sociales.  Perdió a su esposa en el atentado de París y escribió a los responsables que ellos no tendrán su odio.  No les dará el gusto de odiarlos y ha decidido vivir su vida sin miedo, sin desconfianza, sin perder su libertad. Ha decidido educar a su hijo de esta manera para que él crezca sin miedo ni odio.  Ese es mi pensamiento también: me rebelo ante el odio, la violencia y el miedo. No cultivaré en mí sentimientos negativos y me niego a lastimar deliberadamente a alguien, a actuar con dolo, a destruir.  No creo en venganzas. La venganza sólo genera más violencia y destrucción.

En estos años he aprendido a perdonar hasta lo que parece imperdonable y a orar por las personas que hacen tantas atrocidades.  No les deseo ningún mal. No importa cuánto trabajo me cueste, yo perdono.  Perdono y también me perdono puesto que no soy perfecta y todavía me falta un largo camino de aprendizaje por recorrer.

El amor y la naturaleza le dan sentido a mi vida.  Vivir en amor me permite estar en armonía y estar lejos de los sentimientos negativos. Perdonando y amando, amando y perdonando es como he aprendido a ser feliz.

Nunca seré indiferente al dolor de quienes sufren injusticias, la violencia, padecen cosas inimaginables. Toda la vida he llevado ese dolor conmigo y lo seguiré llevando hasta el fin de mis días, pero odiando, destruyendo o llorando sin parar no podré mejorar la situación, no sólo no los ayudaré a ellos sino tampoco podré hacer nada por quienes me rodean. Me duele y me cuesta trabajo aceptar que no tengo ni tendré superpoderes para detener las guerras, abrigar y alimentar a quienes tienen hambre, para salvar a las víctimas de la tortura, que no puedo acabar con la violencia. Estoy consciente de que no está en mis manos hacerlo.  La diferencia con el pasado es que hoy no me tumba la impotencia. Hoy no siento ganas de desaparecerme. Me queda claro que no puedo salvar al mundo pero sí puedo contribuir con mi granito de arena: puedo cambiar mi mundo, construir, marcar la diferencia en mi vida, en mi entorno, con las personas a mi alrededor. Me uno a las personas que se rebelan ante lo negativo y luchan desde la paz, desde la armonía. Me uno a las personas que ejercen la tolerancia, el respeto y el amor al prójimo.  Me uno a las personas conscientes y preocupadas. También yo lucharé por el bienestar común.

El camino hacia la paz es largo, difícil y doloroso, pero no desistiré. Cada día somos más los que luchamos por vivir en armonía. Estoy segura que se puede lograr. Es un reto enorme pero se puede.  En estos días mi maestra de polaco HK, alguien a quien admiro mucho, escribió: «¿Si todos piensan positivamente podremos salvarnos? Creo que sí. Sin violencia el mundo puede funcionar, esto ya lo mostró el maestro Gandhi. Si podemos seguir su camino no habrá guerras. Es difícil pero no imposible».

Así lo creo yo también: es difícil pero no imposible. Viviré mi vida luchando por eso. Tomará décadas,  muy probablemente siglos lograrlo, pero se puede.  Saber eso y saber que puedo ayudar a hacerlo me da mucho alivio. Lucharé por esa paz.   Sé que lo más seguro es que no viva para verlo, pero contribuiré para crear ese mundo donde predomine la paz y no la violencia. Moriré feliz sabiendo que fui parte de la lucha para crearlo, que viví en amor y dando lo mejor de mí a quienes me rodean.

~ por Naraluna en noviembre 20, 2015.

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