Cartas para Nadie escritas en la normalidad después de la pandemia. Cuadragésimo quinta carta.
4 de Junio de 2023
¡Hola! ¿Cómo estás? Yo espero a la lluvia mientras el calor me empapa. Todavía sigo lastimada por los malos pasos que he dado: mi espalda está de latosa. De nuevo voy a fisioterapia una vez a la semana. ¿Podré correr antes de mi cumpleaños?
El viernes fui a nadar. No puedo ir rápido pero estar en la alberca me da felicidad. Cuando mi cuerpo se mueve con la caricia del agua, todo está bien. ¡Todo está bien!
Sabes, Nadie, sigo sin ser muy sociable. Además, la mayoría de mis amigos cercanos viven lejos: visitarlos implica comprar un boleto de avión para Arizona, Inglaterra, Pittsburgh, Alemania, Madrid, Italia. La tristeza me besa. La distancia es el báratro que duerme conmigo en estas noches. ¿Y si la vida…?
No volví a ver a mi querido Herwig. No pude acompañarlo mientras agonizaba ni pedirle que no se sometiera a un tratamiento tan agresivo. Estaba decidido a vencer el cáncer y venir a México. Hoy desperté con su ausencia y con la angustia de nuestra efimeridad. Vivo confiando en un mañana, pero no siempre va a existir.
Cuando regrese a Innsbruck, llevaré flores a su tumba, recorreré sola las calles por las que paseamos juntos y me disculparé por las veces que tardé en responder sus mensajes, por las videollamadas que no hice, por el tiempo perdido. Le agradeceré por quererme con mis silencios, mis complejidades, mis locuras, por tenerme paciencia: nunca recibí un reclamo de su parte. Iré, pero Herwig no estará ahí.
Me pesa mi incapacidad para tomar el teléfono, para escribir un mensaje, para socializar. Cada día me digo: Hoy sí le hablo, l@ busco, voy a verl@. Nunca lo hago.
Hace más de un mes falleció mi maestro y amigo, luz en mis instantes más oscuros. No sólo creyó en mí, me motivó a seguir escribiendo poesía. Me dio lecciones de vida de las cuales sigo aprendiendo. Quisiera contarte más de él pero no ahora, la culpa me persigue, me abruma. ¡La maldita timidez me impidió buscarlo para tomarnos el café que teníamos pendiente! En su último mensaje me prometió ir por ese café cuando se sintiera más fuerte. Después vino la pandemia. Ese día, no llegó. No llegó. No llegó. ¡No llegó! ¡NO!
¿Cómo procesar este duelo? ¿Cómo hablar de esto sin ser la exagerada? «Es sólo un maestro, tenías años sin verlo…». Sin embargo, Nadie, sólo a ti te lo confieso, teníamos una conexión más allá de las palabras, de las llamadas, de las cosas terrenales. ¿Crees que estoy loca?
Es desolador ser tan asocial. Sigo confiando en el mañana para buscar a las personas que quiero, como si no fuéramos efímeros y existiera la certeza de que estaremos aquí siempre. ¿Cuántas veces ha de golpearme la noticia del fallecimiento de alguien para hacerme entender? ¿Cuánta culpa más he de cargar para dejar de posponer el convivir con los demás?
Una vez más la muerte me sumerge en los hubieras, la indiferencia, en las palabras no dichas, los abrazos no dados. Esta soy yo, Nadie, la solitaria que se esconde, se aísla, entra en pánico al momento de querer abrir el alma y después se condena por no haberlo hecho.
Lloro frente al escritorio mientras las perritas me acompañan, duermen a mi lado. Las plantas me consienten con sus flores, sobre todo las dalias. Acaba de brotar una cúrcuma, me pregunto si sobrevivirá esta vez.

Encontrar mi voz también duele. Me estoy dando la oportunidad de renacer. Lo esencial es no volver a callarme. Sanar suele ser más duro que el malestar mismo, como cuando los antibióticos te hacen sentir diez veces peor que los parásitos en el cuerpo. Un día a la vez, sin presión ni juicios. Un día a la vez, con amor y paciencia. Un día a la vez, querido Nadie.
Espero que tengas una bonita semana,
Carla

